El marqués de Sade ha regresdo al interior del volcán en erupción
De donde había venido
Con sus hermosas manos ornadas todavía
Sus ojos de muchacha
Y esa razón en flor de sálvese quien pueda
Que sólo estuvo en él
Pero desde el salón fosforecente con lámparas de vísceras
No ha dejado de dar órdenes misteriosas
Que abren una brecha en la noche moral
Por esta brecha veo
Las grandes sombras crujientes la vieja corteza minada
Que se disuelve
Para dejar que te ame
Como el primer hombre amó a la primera mujer
Con toda libertad
Esta libertad
Por la que el fuego se hizo hombre
Por la que el Marqués de Sade desafió a los siglos con sus grandes árboles abstractos
De acróbatas trágicos
Montados en el hilo de la Virgen del deseo.
(L'Air de l'Eau, 1934.)
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