Raúl Gustavo Aguirre: poeta, antólogo, traductor y crítico nacido en Buenos Aires, Argentina (1927-1983).

A la salud de la serpiente, René Char

I
       Canto el calor con rostro de recién nacido, el calor desesperado.
II
       Le toca al pan que parte el hombre ser la belleza del alba.
III
       El que confíe en el girasol no meditará dentro de la casa. Todos los pensamientos del amor serán sus pensamientos.
IV
       En el giro de la golondrina una tempestad se informa, un jardín se prepara.
V
       Habrá siempre una gota de agua para durar más que el sol sin que el ascendiente del sol sea afectado.
VI
       Produce aquello que el conocimiento quiere mantener en secreto, el conocimiento con sus cien pasadizos.
VII
       Aquello que viene al mundo para no perturbar nada no merece ni consideraciones ni paciencia.
VIII
       ¿Cuánto durará esta falta del hombre, agonizante en el centro de la creación porque la creación lo ha despedido?
IX
       Cada casa era una estación. Así se repetía la ciudad. Todos los habitantes juntos sólo conocían el invierno, a pesar de sus cuerpos caldeados, a pesar del día que no se alejaba.
X
       Eres en tu esencia constantemente poeta, constantemente estás en el cenit de tu amor, constantemente ávido de verdad y de justicia. Sin duda es un mal necesario que no puedas serlo asiduamente en tu conciencia.
XI
       Harás del alma que no existe un hombre mejor que ella.
XII
       Mira la imagen temeraria en que se sumerge tu país, ese placer que te ha escapado por mucho tiempo.
XIII
       Numerosos son aquellos que esperan que el escollo los subleve, que la punta los atraviese, para definirse.
XIV
       Agradece a aquel que no se preocupa de tu remordimiento. Eres su igual.
XV
       Las lágrimas desprecian a su confidente.
XVI
       Queda una profundidad mensurable allí donde la arena subyuga al destino.
XVII
       Amor mío, poco importa que yo haya nacido: tú te vuelves visible en el lugar donde desaparezco.
XVIII
       Poder ir, sin engañar al pájaro desde el corazón del árbol hasta el éxtasis del fruto.
XIX
       Lo que te recibe a través del placer no es sino la gratitud mercenaria del recuerdo. La presencia que elegiste no libera de adiós.
XX
       No te inclines sino para amar. Si mueres, amas todavía.
XXI
       Las tinieblas que te infundes están regidas por la lujuria de tu ascendiente solar.
XXII
       No hagas caso de aquellos a cuyos ojos el hombre pasa por ser nada más que una etapa del color sobre la espalda atormentada de la tierra. Que ellos devanen su largo memorial. La tinta del atizador y el rubor de la nube son sólo uno.
XXIII
       No es digno del poeta engañar al cordero, investir su lana.
XXIV
       Si habitamos un relámpago, es el corazón de la eternidad.
XXV
       Ojos que, creyendo inventar el día, habéis despertado el viento, ¿qué puedo por vosotros? Yo soy el olvido.
XXVI
       La poesía es de todas las aguas claras la que menos se demora en los reflejos de sus puentes.
       Poesía, la vida futura en el interior del hombre recalificado.
XXVII
       Una rosa para que llueva. Al término de innumerables años, éste es tu deseo.

(Le Poème pulvérisé, 1947.)

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