El sol sobre el desierto, oh dormida adversaria,
A tus cabellos de oro da un lánguido calor
Y, al despojar de incienso tu mejilla contraria,
Prepara con las lágrimas un brebaje de amor.
De ese blanco fulgor la inmovil parsimonia,
Oh mis besos miedosos, te hizo decir con pena:
"Nunca jamás seremos una única momia
Bajo el feliz palmero y la senil arena."
Pero tu cabellera es un río caliente
Donde ahogar sin temores esta alma insistente
Y encontrar esa nada que tú no conociste.
El gusto de tu llanto conocerá mi boca,
Por ver si sabe dar al corazón que heriste
La insensibilidad del azur y la roca.
(Poésies, 1864.)
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