La señora ciega cuyos ojos sangran cuida de sus palabras
Ella no habla a nadie de sus males
Tiene cabellos parecidos al musgo
Y lleva joyas y pedrerías rojizas
La señora gorda y ciega cuyos ojos sangran
Escribe cartas prolijas con márgenes e interlíneas
Cuida los pliegues de su vestido de felpa
Y se esfuerza por hacer algo más
Y si no menciono a su cuñado
Es porque aquí este joven no merece el honor
Pues bebe por demás y emborracha a la ciega
Que ríe, ríe entonces y aúlla.
(Le Laboratoire central, 1921.)
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